sábado, 14 de febrero de 2009

TOREO DE LA VINCHA




Casabindo es una pequeña población situada a 120 kilómetros de Abra pampa y 148 de Humahuaca, en plena puna jujeña. Este pueblo ya contaba con cura hacia fines de 1500, y formaba parte del antiguo camino del Inca, también se encontraban en Casabindo varios encomenderos, con indios que trabajaban en las minas, lo que le daba cierta importancia... Hacia el siglo XIX comenzó a perder trascendencia.Es una población pequeña y parecida a todas las poblaciones coloniales, con una plaza principal, en este caso empircada, y una iglesia: De La Asunción, construida hacia 1772. Sus pocos habitantes viven de la cría de ovejas y llamas y de los tejidos de sus lanas. Hay poca agua y poca vegetación, tal el paisaje de la Altipampa.Pero cada 15 de agosto, fiesta de Nuestra Señora de la Asunción, se produce una atávica unión entre lo religioso y lo pagano: se conmemora la Asunción de la Virgen María y se ofrenda a la Pachamama. Y esta árida zona se puebla de ruidos, colores y gente, venidos de todos los sectores del país e incluso del extranjero.Desde temprano arriban desde poblaciones vecinas las procesiones con imágenes de santos (misachicos) y la fiesta comienza con los Samilantes (Amilantes según Carlos Vega) y su danza (una de las cuatro danzas colectivas del Folklore Argentino), Las cuarteadoras (varios pares de mujeres llevando media res de cordero seccionada a lo largo, tomadas de las patas) que disputan su parte del animal hasta cortarlo o quitárselo a la contrincante, y tres niños, de los cuales dos hacen de caballo y uno de toro: los primeros simulan perseguir al otro. El sacerdote oficia la misa a capilla llena, se hace la procesión incensando las imágenes. Hay comidas regionales, y no tanto, en los distintos puestos que rodean la plaza y a la siesta comienza la corrida de toros, cuyo nombre es, precisamente, Toreo de la vincha. Es el único toreo incruento de Sudamérica.El toro sale al ruedo con una vincha en las astas, y el torero debe quitársela, para luego ofrendarla a la Virgen. Los toros se exacerban con la capa del torero, los gritos del público y los estruendos de las bombas. Muchas veces los improvisados valientes caen al suelo por los nervios y son atropellados por las bestias (por lo general sin riesgos mayores), otras veces huyen asustados provocando la risa de los espectadores.Los toreros, por si no supimos explicarnos bien, son, o bien lugareños (algunos de ellos con la experiencia que da torear todos los 15 de agosto), u ocasionales espectadores con sobrecarga de agallas, adrenalina o alguna profusa ingesta de bebidas espirituosas.Finalizadas las disputas (alrededor de diez) se dan los premios y menciones a los toreros triunfadores. De a poco los vehículos de los viajeros comienzan a moverse.El espectáculo del toreo dura hasta antes de la caída del sol, entonces la imagen de Nuestra Señora será llevada a su lugar original y el viento y los cerros volverán a adueñarse de la localidad hasta el próximo 15 de agosto.

sábado, 7 de febrero de 2009

EL LADO OSCURO DE LA TAUROMAQUIA

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miércoles, 4 de febrero de 2009

EL OSO

EL OSO(Moris)
Yo vivía en el bosque muy contento
Caminaba,caminaba sin cesarLas mañanas y las tardes eran mías
Por la coche me tiraba a descansar
pero un día vino el hombre con sus jaulas
Me encerro y me llevo a la ciudad
En el circo me enseñaron las piruetas
Y yo asi perdi mi amada libertad
“Confórmate”-me decia un tigre viejo-
“Nunca el techo y la comida han de faltar
Solo exigen ke hagamos las piruetas,
y a los chicos podamos alegrar”
Han pasado cuatro años de esta vida
con el circo recorria el mundo asi
Pero nunca pude olvidarme de todo de mis bosques,
de mis tardes, ni de mi
En un pueblito alejado alguien no cerro el candado
Era una noche sin lunay yo dejé la ciudad
Ahora piso yo el suelo de mi bosqueotra vez el verde de la l ibertad
Estoy viejo pero las tardes son mias
Vuelvo al bosque estoy contento de verdad.


SUPERSTICIONES


Las supersticiones bailan su danza macabra en un tablao de grandes dimensiones, pues grandes llegan a ser sus alcances. No tienen otro límite que la imaginación fatalista de los diestros. Para casi todos en el ambiente, el color amarillo es de mala suerte, pues lo asocian con la tragedia de Alberto Balderas, quien, vestido de canario y plata, recibió una cornada mortal del toro Cobijero —que ni siquiera le correspondía— el 29 de diciembre de 1940. Otros intentan alejarse de ella impidiendo que alguna mujer esté presente en el momento de enfundarse la taleguilla. Casi todos están atentos a que, al lanzar la montera después del brindis de la faena, ésta caiga boca abajo sobre la arena, para así cerrar el paso a los "malos espíritus". También se recuerda la anécdota del matador Rafaelillo, quien, después de haber pasado por debajo de una escalera, a las dos cuadras sintió tal pavor que hizo regresar a sus becerros, para pasar todos juntos a un lado de los peldaños. Y la lista es larga: culebras, gatos negros, números cabalísticos, vestidos de torear que llevaban al resultar heridos y personas gafadas no pueden siquiera pasar frente a sus ojos.



Por si fuera poco, hay matadores, algunos de ellos gitanos, que aderezan su existencia fuera de los ruedos con fijaciones y extravagancias, como pararse de la cama con el pie derecho, llevar más alto la media derecha que el del izquierda , pisar las rayas formadas en el pavimento y presionar la tecla del número favorito en el teléfono público de la esquina. Pero eso sí —y he aquí más contradicciones—, en el buró de la habitación del hotel del que partirán hacia su encuentro con la fiera no faltan los crucifijos, las velas, las oraciones, los recordatorios y las estampas con imágenes de vírgenes y santos.


Hubo una vez un torero del que cuentan que antes de hacer el paseíllo tenía que rezar 300 padrenuestros a cada una de las ciento y pico estampas que llevaba en su capilla ambulante. Tal era el empeño, casi adicción, que se dio el caso en que aquello se alargó más de la cuenta y a la cuadrilla no le quedó otro remedio que, casi arrastrando al matador, salir disparados del hotel, no fuesen a sonar los clarines sin "la figura" liada en su capotillo. El "maestro", cuando le preguntaban si aquello era superstición, espetaba, eso sí, a la defensiva: "Yo no soy supersticioso, porque eso es pecado y no entra dentro del cristianismo. Son sólo manías". Hoy es ganadero, apoderado y empresario, y sigue diciendo que, de ser, será el que más reza del universo, pero que de "lo otro" nada de nada, "lagarto, lagarto".La superstición nace, etimológicamente, de la supervivencia, y pareciera que pensaban en los toreros los inventores del término, porque los toreros son, antes que nada, profesionales de la supervivencia, dobles supervivientes cada una de todas sus tardes. "La superstición viene por el miedo, pero también porque el torero se siente figura y teme a la responsabilidad de que las cosas no le salgan como él desea. Muchas veces se hace dueño de uno y es muy difícil combatirla". Cincuenta años de oficio contemplan esa reflexión, y es curioso cómo coincide con esta otra de un torero novel: "La superstición es una manía que se coge cuando te ha pasado algo o un mal momento. Como en el toro uno se juega mucho la vida, pues entonces se suele tapar con eso el miedo que se pasa".


Parece claro que en el toreo la superstición nace, pero sí que es cierto que también se hace, y se enseña y se aprende, como es el caso de las más clásicas: el amarillo, los martes 13 o el 13 a secas, los tuertos, los curas con sotana, los gatos negros, los saleros, la montera o un sombrero sobre la cama, o que el fundón esté siempre de pie y que no lo lleve nadie que no sea el mozo de espadas. Hay también quien las inventa, como es el caso de otro matador de cierto cartel que de buenas a primeras empezó a mezclar budismo y cristianismo creyendo que con el cóctel espantaría un mal fario que no dejaba de perseguirle, decidiendo que lo mejor para combatirlo era una estatuilla de aquellas de pastelosos colores que se ponían en los aparadores, con la que completaba varias tablas seudogimnásticas frente a las cincuenta y tantas estampas que componen su capilla, alumbrada por media docena de velas y candelillas.
Amplísimo es el abanico de amuletos, talismanes, fetiches, reliquias, conjuros y rituales que se emplean para combatir la superstición taurina, pero la terapia básica y más común, salvo excepciones, son las capillas ambulantes repletas de liturgia y solemnidad. Unos oratorios de quita y pon preñados de estampas de santos y salpicados de medallas que el matador monta y desmonta con desmedido fervor y parsimonioso recogimiento, colocando siempre cada elemento justo en el mismo sitio.
Mayormente, los toreros tienden a ejercitar la superstición a escondidas, conscientes de que pecarán o enloquecerán, porque la superstición también es "aquella creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón y el entendimiento". Sin embargo, son muchos los que lo ocultan, pero es porque, de tanto que lo son, saben que con sólo mentarla se la está llamando y animando. El paradigma fue Rafael el Gallo, que en su dedo anular lucía un aparatoso anillo de oro del que brotaba reluciente un inmenso 13. Dicen que se lo compró tras un sonado éxito que cosechó en Granada cuando desde el tendido le arrojaron envuelta en un papel una bicha, que él, con absoluta calma, se enrolló en el fajín, cuajando entonces una superior faena .

http://www.elpais.com/articulo/cultura/Supersticiones/elpepicul/20000606elpepicul_14/Tes/